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LAS OCUPACIONES durante la Edad Media, el Bajo Imperio Romano y la Edad del Hierro fueron esporádicas (Pérez-Romero et al., 2010) pero no exentas de ciertas singularidades, como el hallazgo de una dobla de oro Almohade del S.XIII (Pérez-Romero et al. 2013). No podemos relacionar este hallazgo con ningún yacimiento de esta época en la cueva o sus proximidades, pero no deja de ser singular dado que no hay ningún antecedente de este tipo de monedas en la región castellano-leonesa, aunque si pueda sumarse a las evidencias de la presencia de este movimiento islámico en Burgos. El nombre del califa Abu Hafs ´Umar al-Murtada en una de sus leyendas sitúa la fecha de acuñación entre 1248 y 1266 d.C.

La ocupación durante la Edad de Bronce (3900-3000 BP; II milenio a.C) fue muy intensa y están representadas todas las fases culturales de la época, es decir, el Bronce Antiguo, el Bronce Medio y el Bronce Final. En todos estos niveles se han encontrado miles de fragmentos de recipientes cerámicos utilizados cotidianamente, como platos, cuencos, ollas, grandes vasijas, queseras y jarras. Algunas piezas fueron grabadas y decoradas con gran esmero, lo que nos habla de las intenciones e identidad de los fabricantes y de la singularidad de las piezas, muy probablemente de prestigio o relacionadas con rituales. También hay decenas de piezas fabricadas en hueso, asta o marfil (Alday et al., 2011) utilizadas tanto en las actividades cotidianas (espátulas, cucharas, increíbles agujas, punzones) como en el adorno personal o los rituales (botones, cuentas de collar de varios tipos, punzones con características especiales, puntas de flecha…).

 

En el año 2017, en los niveles superiores pertenecientes a la Edad del Bronce Final asociados a la llamada cultura de Cogotas (alrededor de los 3000 años antes del presente), apareció un magnífico alfiler de oro rematado en dos espirales, simbología muy extendida desde antiguo en muchas culturas. Por otro lado, son abundantes las piezas fabricadas en piedra relacionadas con actividades agrícolas como las hojas de hoz o los molinos y sus manos, láminas de silex, pequeños cuchillos, hachas de piedra pulida, así como pesas de telar y percutores para tallar.

El metal (bronce) no es muy abundante, pero se han encontrados algunos punzones de sección cuadrada y una magnífica hacha plana. En definitiva, las gentes de la Edad del Bronce ocuparon El Portalón durante casi ochocientos años y nos han dejado allí un valiosísimo registro de sus actividades.

En los inicios del Calcolítico (5000. Cal BP) El Portalón también fue utilizado como un auténtico “Santuario” o lugar de enterramiento en el que los humanos, aprovechando la abundancia de grandes piedras dentro de la cueva, reorganizaron el espacio formando una estructura tumular en la que depositaban los cadáveres de sus muertos junto a objetos rituales (pulsa aquí para saber más sobre los humanos del Portalón).

Desde hace unos años se viene excavando un nivel Neolítico caracterizado por la presencia de estructuras habitacionales y suelos activos de gran calidad sobre los que han aparecido hogueras, materiales líticos y cerámicos muy típicos de este periodo así como abundante fauna doméstica y salvaje, como es el caso del Uro y los caballos. Entre los restos de cultura material podemos destacar dos colgantes, uno realizado en piedra y otro posiblemente en concha y restos de industria lítica laminar. La cerámica es escasa y mayoritariamente lisa, aunque hay algunos fragmentos decorados mediante impresiones. Dentro de la industria ósea hay un pequeño conjunto de punzones y finalmente, dentro de uno de los hogares se han recuperado tres falanges de mano y un fragmento de fémur humano todos ellos muy quemados acompañados también de una pequeña hacha pulida de bella factura y realizada en un tipo de roca traída de lejos, quizá desde los Pirineos o los Alpes.

Una sorpresa Neolítica ha venido de los escasos restos cerámicos (Alday et al., 2017). En la campaña de 2015 encontramos un pequeño fragmento de recipiente muy particular, de paredes muy finas y cuidadas, hechas de pasta muy homogénea, lo que nos hace pensar que se trataba más bien en un recipiente con una función especial o simbólica y no doméstica. Pero lo más sorprendente es su decoración: un motivo muy singular que se conoce como “ramiformes” o “antropomorfos” y cuyas impresiones se rellenaron con ocre para realzar más el motivo. Resulta que, hasta nuestro hallazgo, en la Península Ibérica este tipo de decoración solo era conocido en puntos muy concretos de la costa mediterránea, especialmente en Alicante. Ahora, un elemento iconográfico propio del mediterráneo de Iberia se reconoce por primera vez en el interior peninsular, y hemos tenido la fortuna de que sea en la Sierra de Atapuerca, mostrándonos así las relaciones entre ambos puntos. Si tenemos en cuenta las escasas evidencias conocidas de este tipo de decoraciones en el centro y Sur de Europa, nos atrevemos a sugerir una cierta idea de globalización donde se comparten este tipo de ideas y simbolismos, aunque luego cada grupo pueda desarrollar sus propias variantes para, quizá, no perder su identidad.


 

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